Este conejo de peluche que nunca ha tenido un nombre, es el único juguete que me ha acompañado desde que nací. Mi papá lo llevo a la clínica y desde aquel entonces ha sido testigo de mis travesuras infantiles, rabietas, lágrimas y sonrisas.
Pudo sobrevivir milagrosamente a mi impulsivo deseo de sacarle los ojos cuando tenia 6 años y a destriparlo cuando tenía como 7. Este conejo tiene los ojos y la nariz fuertemente pegados. Se preguntarán porque menciono ese insignificante detalle técnico de fabricación. Pues verán, un día intenté quitarlos con las manos, los dientes y hasta con un tenedor pero todos mis esfuerzos fueron inutiles. El pobrecito todavía tiene las cicatrices... Un día me desperté con la intención de saber que tenía por dentro, qué lo hacia ser tan blandito, tan acariciable, tan estrujable... sin detenerme a pensar demasiado, abrí un pequeño hueco en su espalda que más tarde se convirtió en un enorme agujero. Esa ¨diminuta¨abertura me llevó a descubrir que los peluches no estaban hechos de carne y huesos como yo imaginaba sino de espuma. Todavía tengo viva la imagen de mi mamá cosiendo la espaldita de ese sufrido animal. De niña no fuí fanática de las muñecas, mi mamá ocasionalmente me compraba una que otra pero lo hacia con la seguridad de que no me duraría más de un año. Una amiga de mi mamá me regalo una barby. Esta muñeca terminó transformada en la versión femenina de arnold schwarzenegger, ya podrán imaginársela. Siempre he sido muy curiosa, nunca me conformo con lo que a simple vista ven mis ojos. Siempre he querido ir más allá... para citar un ejemplo, a la edad de 8 años desarmé un equipo de sonido que obviamente nunca volvió sonar. A la edad de 10 años compré un pollito morado. Recuerdo que esos pollos los vendían en la puerta de mi colegio. Lo llevé a mi casa pero al parecer él no se sentía tan cómodo porque todo el tiempo lloraba. Alguien me dijo que el pollo estaba triste porque le hacia falta el calor de la mamá así que pensé que sería buena idea dormir con el poniéndolo cerca de mi corazón. La primera noche se me olvidó que no dormia sola y faltó poco para convertirlo en una estampilla. Como esa idea no me dió resultado de inmediato recordé que la gente construia incubadoras para mantener la temperatura de cualquier ser viviente. Me las ingenié y elaboré una versión casera. Cogí una lampara de mi casa y diseñé algo parecido al nido de una gallina. En la noche lo acosté en su camita nueva y dejé encendido el bombillo toda la noche. Cuando me desperté estaba muy contenta porque no escuché al pollo llorar. La satisfacción no duró mucho tiempo porque esa mañana fui testigo de algo espeluznante: mi pollo estaba rostizado.
Mis juegos eran poco usuales. Cuando tenía 9 años me encantaba jugar con una muñeca de trapo. En esa época vivia en un quinto piso donde teníamos una terraza que daba a la calle. Robé del cuarto de herramientas de mi papá una soga lo suficientemente larga como para atar a mi muñeca de la cabeza y deslizarla desde la terraza hasta el primer piso. Imaginen una muñeca sucia que no pudo sobrevivir a las cosas que intenté hacer con mi conejo. Esta muñeca era algo diabólica pero antes de botarla quise experimentar con un juego nuevo. Imagine que usted va caminando por la calle, inmerso en sus propios pensamientos, en su propio mundo y con la mirada perdida cuando sorpresivamente sale de la nada frente a sus ojos una cosa que no tiene forma pero si vida propia. Era muy divertido ver las reacciones de esos caminantes errantes de la noche.
Como no tuve hermanos y mis primos vivian muy lejos, me veía obligada a inventar juegos un tanto extraños.
Mi papá me tenía un apodo muy particular... él me llamaba estomaguito porque según él todo lo que yo cogía lo volvia m.....
Espero que el hecho de hacer pública la existencia de ese apodo no se vuelva en mi contra como aquel día que dije en broma a mis compañeros de ciclovia que prefería que me dijeran ¨chancleta¨ en vez de Leidy. Adivinen ahora como me dicen... He cambiado mucho, ya no existen vestigios de esa faceta de mi niñez. Se fijaron que mi conejo no tiene lengua? Eso fué lo único que pude quitar...
Mis juegos eran poco usuales. Cuando tenía 9 años me encantaba jugar con una muñeca de trapo. En esa época vivia en un quinto piso donde teníamos una terraza que daba a la calle. Robé del cuarto de herramientas de mi papá una soga lo suficientemente larga como para atar a mi muñeca de la cabeza y deslizarla desde la terraza hasta el primer piso. Imaginen una muñeca sucia que no pudo sobrevivir a las cosas que intenté hacer con mi conejo. Esta muñeca era algo diabólica pero antes de botarla quise experimentar con un juego nuevo. Imagine que usted va caminando por la calle, inmerso en sus propios pensamientos, en su propio mundo y con la mirada perdida cuando sorpresivamente sale de la nada frente a sus ojos una cosa que no tiene forma pero si vida propia. Era muy divertido ver las reacciones de esos caminantes errantes de la noche.
Como no tuve hermanos y mis primos vivian muy lejos, me veía obligada a inventar juegos un tanto extraños.
Mi papá me tenía un apodo muy particular... él me llamaba estomaguito porque según él todo lo que yo cogía lo volvia m.....
Espero que el hecho de hacer pública la existencia de ese apodo no se vuelva en mi contra como aquel día que dije en broma a mis compañeros de ciclovia que prefería que me dijeran ¨chancleta¨ en vez de Leidy. Adivinen ahora como me dicen... He cambiado mucho, ya no existen vestigios de esa faceta de mi niñez. Se fijaron que mi conejo no tiene lengua? Eso fué lo único que pude quitar...
3 comments:
Muy bueno!
Pobre conejo no se que hisiste para que quedara presentable en la foto, lo debes querer mucho, mis muñecos se maltratan de viejos y cada vez que los lavo
No recuerdo cuando fue la última vez que lavé a ese pobre muñeco... el asunto es que ha salido de muy buena calidad!!!
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